Jamás he visto unos ojos capaces de iluminar un bosque oscuro. Así que aquéllo me pareció científicamente imposible. Era algo hermoso, pero a la vez paralizante. Aún no he encontrado una respuesta a aquel hecho paranormal. No suelo sentir miedo, pero tan sólo aquella mirada, detrás de un tronco robusto y antiguo en medio de aquel bosque tan oscuro, aquella mirada bastó para asustarme hasta tal punto que no quisiera moverme. Dejé que mis músculos se parasen, quedándose en silencio. Intenté respirar lo más despacio que pude, esperando que el peso que recaía sobre mis pies no hiciera un agujero en aquel césped que me pareció muy débil comparado con su presencia. Controlaba mis brazos, que parecían que se me iban a derretir. Estuve durante unos minutos inmóvil. Parpadeó y sus ojos se apagaron en aquel inmenso bosque, haciéndome ver que era de noche. Seguí inmóvil, hasta que me aseguré de que no volviera y me apresuré en salir de ahí. A medida que iba andando esos ojos no salían de mi cabeza. ¿Qué era eso? Ni siquiera recordaba de que manera acabé, yo, en ese tramo del bosque. Pero, en esos momentos, lo importante era salir de ahí. Calculé que llevaba unas dos horas caminando sin conseguir salir de allí. Pero, cuando me paré para ver si había luz por algún lado, lo noté. Esa mirada otra vez... Miré hacia los árboles y no había nada. Ni una luz, ni un simple resplandor, nada... Pero yo notaba esos ojos, los notaba clavados en mi nuca. Por instinto me giré lentamente, creyendo que detrás de mi tendría a la bestia más salvaje. Una vez de cara al peligro lo vi. No, no era una bestia. Era un chico, un poco más alto que yo, con dos ojos, una nariz, una boca, dos orejas. Pero, ¿que hacía un chico ahí solo? No creí que ese chico fuera humano, sobre todo por ese brillo de ojos. Repetí la jugada: me quedé inmóvil. No quería que me hiciera daño. Tenía el ceño fruncido, mirándome con una mirada tan severa que me hacía sentir pequeña, frágil... “Aunque trates de no hacer ruido tu corazón no para de latir, es insoportable.” Esa vo, desprendía desesperación, irritación... Esa voz dijo una palabras que consiguieron helarme la sangre. “Piensa que si te quisiera hacer daño ya te lo hubiera hecho.” Eso me hizo suspirar y caer al suelo con lágrimas resbalando por mis mejillas. Él se arrodilló, quedando delante de mí, y me puso una mano en la cabeza, acariciando mi pelo. Sentí su tacto helado, como el de una serpiente. “Tienes la mano helada...” –le dije mirándolo a los ojos. “A lo mejor es que tu tienes la cabeza caliente, ¿no crees?” Antes de que pudiera contestar me cogió y empezó a correr, fue todo tan rápido... En menos de cinco minutos me encontré en mi habitación. Él se fue sin despedirse y yo, atontada por lo sucedido, me metí en la cama y me dispuse a dormir. Cuando estaba soñando con él, algo frío me toco la mejilla. Me desperté de golpe y lo vi, agachado hacia mí, con una sonrisa en la cara. “¿Te importa si me quedo aquí y te veo dormir?”.