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martes, 6 de enero de 2015

Prevención mortal

Los dos hombres entraron por la puerta casi al mismo tiempo, lo que provocó una mirada acusatoria por parte del que vestía de punta en blanco. El otro bajó la mirada a las cadenas que unían sus muñecas y sus tobillos, rezando por no enfadar al Señor. Por suerte, o por desgracia, éste se sentó en su taburete sin que saliera una sola palabra de su boca. Y así estuvo durante interminables segundos, o incluso minutos.

—¿No hay forma de llegar a un acuerdo o a un pac...? —Empezó a decir el reo.

—Túmbate.

—Pe-pero...

—¿Tengo que repetírtelo? —Esta vez giró el taburete para quedar justamente enfrente del otro.

No. No tuvo que repetirlo. El hombre se sentó a duras penas en la camilla, apoyó la espalda en el respaldo y con ayuda de las cadenas subió las piernas, quedando estirado de cintura para abajo. Y ahí se quedó lo que le pareció una eternidad. Mientras, el Señor buscaba el nombre del reo en la base de datos del centro para poder apuntarlo en su gran libreta, que ya iba por la página 251, dejando constancia de su trabajo. Escuchó al reo murmurar algo y le pareció que rezaba, pero tampoco le dio mucha importancia. No la merecía. Siguió a lo suyo. Cerró la libreta y apoyó la pluma en el centro de ésta. Abrió el primer cajón de su escritorio y la guardó. Atrajo a si las probetas que estaban encima de la mesa: la que contenía un líquido parecido al suero y la que contenía otro ligeramente amarillento.

¿Por qué hace esto? Dijo el reo nada más ver cómo el Señor miraba aquellos líquidos.

Es mi trabajo contestó con una tono tan neutral como aterrador.

Es una monstruosidad, ¡esto no solucionará nada!

Verás... Se levantó apoyándose en sus rodillas, no sin un suspiro de impaciencia, y se dispuso a relatar por enésima vez el mismo discurso que venía recitando desde hace añosEsto no es cuestión de moral ni es nada personal, simplemente debo hacerlo. No te dolerá ni te enterarás de nada, ya verás. Simplemente es una cuestión de prevención de la delincuencia y de reducir la reincidencia.

¡Pero no me da la elección de rectificar!

Estoy hablando, no vuelvas a interrumpirme seguía aquel tono tan neutral que no denotaba que aquel hombre fuese humano—. Como te iba diciendo antes de tu insolente intervención, mi trabajo consiste en crear una sociedad con una tasa de delincuencia lo menor posible. ¿Por qué voy a perder el tiempo y el dinero en personas que tienen una mínima posibilidad de reincidir? ¿Por qué no acabar con el problema de raíz? Mi problema eres tú. Así que debo acabar contigo, y con los que son como tú. Es sencillo, a vosotros, los criminales, se os ha intentado conceder el beneficio de la duda, cosa que veo muy ingenua e inocente por parte de mis colegas criminólogos, y yo estoy intentando sanar el tremendo error que cometieron. Puedes considerarme como algo parecido a un Dios: estoy creando la sociedad que yo quiero. Y en ésta tú no estás.

No esperó respuesta de su interlocutor y se giró a la mesa para coger la placa de Petri que contenía el cloruro de potasio. Bien, ya tenía los tres componentes principales para la inyección letal que iba a suministrar en breve.

¡Pero eso no es justo! ¡No es justo! ¡No es justo...! Lloriqueaba como si fuese un niño pequeño al que no querían comprar el juguete que deseaba.

Basta ya, tengo que explicarte cómo va a proceder. Este tubito de aquí contien...

¡No! ¡No es justo! ¡Ayuda! ¡Socorro! Gritó antes de la bofetada que el Señor le propinó.

¡Que te calles! La primera vez que el reo veía un mínimo de humanidad, de debilidad, en sus ojos ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que por mucho que grites y llores alguien va a venir en tu ayuda? Te estoy concediendo demasiado tiempo.

Pero ¿no ves que esta no es la solución? Pe-pero ¿no ves que... paró para sorber por la nariz— … no ves que cometí un error? ¡Lo siento! ¿Lo siento, vale?

Sentirlo no basta, haberlo pensado antes de delinquir. Haberlo evitado antes de cometer ese “error” del que hablas.

¡Soy humano! ¡Los humanos cometemos errores! ¿N-no ves que esta no es la solución? Sus lágrimas llenaban su cara e intentaba patéticamente limpiarse con las manos flexionando a su vez las rodillas¿Vas a matar a todo el mundo por equivocarse? ¡Estás loco! ¿Me oyes? ¡¡¡Loco!!! ¡Esta no es la solución! ¡Esta no...!

Pero el Señor ya no le escuchaba. Matar a todo el mundo pensó. Su bombilla se encendió, claro, una prevención total, ¿qué causa la delincuencia? Las personas. Sin personas, no hay delincuencia meditaba con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban a salir de sus órbitas. El reo seguía clamando piedad e insultándole a partes iguales. Pero la mente del Señor ya no estaba ahí.

Esto es tiopental sódico, que te hará perder el conocimiento; esto es bromuro de pancuronio, que te paralizará el diafragma dificultando la respiración, y por último, el cloruro de potasio, que te parará el corazón. ¿Entiendes? Dijo rápida y mecánicamente, sin hacer caso a lo que pasaba a su alrededor.

No esperó ninguna respuesta por parte del otro y procedió a la inyección de estas substancias. Ni siquiera pensaba lo que estaba haciendo, lo había hecho tantas veces antes que ya era algo automático, tenía la cabeza puesta en una sola idea: masacre. Una vez había vaciado las jeringuillas, volvió en sí y observó cómo el preso empezaba a convulsionar en la camilla. Los ojos se le hincharon y se retorcía como un pez recién salido del agua. Cogió su bata y empezó a zarandear al Señor, pero no por mucho tiempo, le quedaban apenas unos segundos. En voz baja el reo dijo:

Estás loc-c-c...

Gracias sonrió y le cerró los ojos.