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lunes, 28 de mayo de 2018

La mitad de Cécile


El día en que Cécile cayó a la carretera no tuvo nada de especial. Ella y su pareja estaban en el maletero del coche familiar y volvían de un viaje bastante largo. Julie, la dueña de los zapatitos, se los había querido quitar. Así que, Cécile y su pareja, habían sido desterrados al maletero.
El coche era tan viejo que, en uno de los muchos huecos del camino, el maletero se abrió y, Cécile, sin sujeción alguna, cayó violentamente. Con las embestidas de la caída, Cécile no pudo ver nada, pero oyó cómo el coche se alejaba tras ella. Y allí se quedó, tirada en mitad de la carretera, sola.
"¿Hay algo más triste que un zapato sin pareja?", pensó Cécile. No podía creerlo. Por primera vez desde que tenía memoria estaba sola. Nunca había estado desemparejada. Empezó a indagar en sus recuerdos, con la más autodestructiva de las estrategias, haciendo saña en lo desdichada que era.
Pensaba en todas las situaciones que no iba a revivir junto a su otra mitad. No volvería a pisar el césped, ni a patear una pelota, ni a saltar, ni a correr, ni a volar. Se quedaría toda la vida ahí tirada, en mitad de la nada.
Sus cordones se mecían con la brisa mientras Cécile yacía tumbada, revolcándose en su propio dolor. No podía concebir una vida sin pareja. Pensar en que no lo volvería a sentir a su lado le hacía temblar.
Llevaba horas viendo el mismo trozo de asfalto cuando intuyó, a lo lejos, unas ruedas. Se dirigían directamente hacia Cécile, quien podía verse en la trayectoria de la rueda izquierda. Y, de repente, se percató de algo.
En sus últimos instantes fue plenamente consciente de lo equivocada que había estado. Se había considerado la mitad de un par de zapatos, cuando la realidad es que dos no sirven para mucho más que uno. Una pareja en sí misma es tan inútil como un sólo zapato tirado en mitad de una carretera.
Cécile no necesitaba a su pareja, era plenamente útil sin ella. Lo que Cécile necesitaba, y siempre había necesitado, era a alguien que la vistiese. Cécile necesitaba a una Julie. Pero ya no había ninguna Julie, sólo una rueda negra que dejó a Cécile hecha trizas. Convirtiéndola, así, en un zapato cualquiera tirado en una carretera que ni siquiera aparecía en los mapas.