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sábado, 20 de abril de 2013

Psico-brótica

Sue Fridgmund es una preciosa niña austriaca de diez años. Once el mes que viene. Sue siempre ha tenido mucha imaginación y mucho talento para la pintura. No es muy popular en su clase, pero tampoco es una marginada. A simple vista es una niña normal: estatura correspondiente a una niña de diez años –once el mes que viene–, media melena rizada y rubia, ojos claros… Normal.
Lo que más le gusta son sus rizos rubios que brillan cuando les da el sol. Son los mismos ricitos que brillan cuando el sol entra por la ventana de la habitación de sus padres, los mismos tirabuzones que botan mientras Sue estrangula a su madre con su cuerda de saltar. Papá aún no ha vuelto de trabajar y ya ha anochecido. No ha sido idea de Sue, ha sido Alexander. Es un niño de la edad de Sue. Son muy amigos, como hermanos.
Alexander anima a Sue a apretar más la cuerda en el cuello de su madre. Ésta patalea, pero Sue sigue estrangulándola. Ha bastado tan sólo un minuto –o tal vez menos– para que mamá se quedara sin aire. Aun así, Sue continua apretando mientras Alexander la mira sonriente. Sigue apretando hasta que un ligero “click” indica que la cuerda ha ganado el combate y la tráquea se ha partido. Sue afloja la cuerda y la deja alrededor del cuello de su madre, baja de la cama y, seguida por Alexander, sale de la habitación y se dirige a la cocina.

–Tengo hambre, ¿tienes algo de comer? –pregunta Alexander mientras se sienta en la silla de la cocina.

–Sí, mamá ha dejado tostadas y queso, ¿te gusta? –dice Sue abriendo la nevera.

Alexander asiente con la cabeza mientras dibuja algo con el dedo sobre la mesa. Sue pone una loncha de queso sobre cada tostada, coge dos platos y los pone en la mesa. Le indica a Alexander si le apetece agua y él vuelve a asentir.

–Vamos, come, si no mamá se va a enfadar cuando se despierte –advierte Sue mientras muerde su tostada.

–Es que ya no tengo hambre –se disculpa Alexander.

¡Tan típico de él! Sue prefiere no insistir y le explica cómo consiguió en el recreo superar el récord de salto de comba. ¡197 saltos! Los dos niños ríen y hablan de todo un poco. Cuando llega el señor Fridgmund, el papá de Sue, la oye reír y hablar y se dirige a la cocina. Al asomarse a la puerta, ve que hay dos platos encima de la mesa, pero Sue está sola.

–Cariño, ¿y ese plato? –pregunta mientras besa los dorados ricitos de su hija.

–De Alexander, dice que no tiene hambre –dice Sue señalando la silla vacía de delante.

Papá mira la silla vacía y vuelve a mirar a Sue. Se dirige velozmente al cubo de basura del fregadero, lo abre y ve la medicación de Sue llenando la bolsa.

–Sue, cariño, ¿dónde está mamá? –pregunta intentando esconder su nerviosismo.

Alexander sonríe a Sue, mientras ella señala el dormitorio. Papá corre, casi vuela, hacia allí dejando a Sue y a su brote psicótico cenando tostadas con queso en la cocina.