Lo que más le gusta son sus rizos rubios que brillan cuando
les da el sol. Son los mismos ricitos que brillan cuando el sol entra por la
ventana de la habitación de sus padres, los mismos tirabuzones que botan
mientras Sue estrangula a su madre con su cuerda de saltar. Papá aún no ha
vuelto de trabajar y ya ha anochecido. No ha sido idea de Sue, ha sido
Alexander. Es un niño de la edad de Sue. Son muy amigos, como hermanos.
Alexander anima a Sue a apretar más la cuerda en el cuello
de su madre. Ésta patalea, pero Sue sigue estrangulándola. Ha bastado tan sólo
un minuto –o tal vez menos– para que mamá se quedara sin aire. Aun así, Sue
continua apretando mientras Alexander la mira sonriente. Sigue apretando hasta
que un ligero “click” indica que la cuerda ha ganado el combate y la tráquea se
ha partido. Sue afloja la cuerda y la deja alrededor del cuello de su madre,
baja de la cama y, seguida por Alexander, sale de la habitación y se dirige a
la cocina.
–Tengo hambre, ¿tienes algo de comer? –pregunta Alexander
mientras se sienta en la silla de la cocina.
–Sí, mamá ha dejado tostadas y queso, ¿te gusta? –dice Sue
abriendo la nevera.
Alexander asiente con la cabeza mientras dibuja algo con el
dedo sobre la mesa. Sue pone una loncha de queso sobre cada tostada, coge dos
platos y los pone en la mesa. Le indica a Alexander si le apetece agua y él
vuelve a asentir.
–Vamos, come, si no mamá se va a enfadar cuando se
despierte –advierte Sue mientras muerde su tostada.
–Es que ya no tengo hambre –se disculpa Alexander.
¡Tan típico de él! Sue prefiere no insistir y le explica
cómo consiguió en el recreo superar el récord de salto de comba. ¡197 saltos!
Los dos niños ríen y hablan de todo un poco. Cuando llega el señor Fridgmund, el
papá de Sue, la oye reír y hablar y se dirige a la cocina. Al asomarse a la
puerta, ve que hay dos platos encima de la mesa, pero Sue está sola.
–Cariño, ¿y ese plato? –pregunta mientras besa los dorados
ricitos de su hija.
–De Alexander, dice que no tiene hambre –dice Sue
señalando la silla vacía de delante.
Papá mira la silla vacía y vuelve a mirar a Sue. Se dirige
velozmente al cubo de basura del fregadero, lo abre y ve la medicación de Sue
llenando la bolsa.
–Sue, cariño, ¿dónde está mamá? –pregunta intentando
esconder su nerviosismo.
Alexander sonríe a Sue, mientras ella señala el dormitorio.
Papá corre, casi vuela, hacia allí dejando a Sue y a su brote psicótico cenando
tostadas con queso en la cocina.