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martes, 21 de octubre de 2014

Muerto de hambre

Joder, cómo pesa iba pensando el Chef a medida que avanzaba con el saco por el pasillo que llevaba a la cocina. Venía de analizar la mercancía y la verdad es que esta vez su contacto se había esmerado, le había dado unos 55 quilos de carne blanda, la cual le parecía más sabrosa. Sonará excesivo y extravagante que un hombre de su elegancia cargue con un saco lleno de tanta carne, pero hoy tendrá muchos invitados a los que demostrar su arte en la cocina. 

Eran las 17:11h cuando miró su reloj de pulsera, que va unos segundos atrasado al que está colgado en la pared de la cocina, hizo una mueca por esta ligera imperfección, se lavó las manos y puso la carne sobre la mesa lienzo, como a él le gustaba llamarla. Empezó acariciando la blanca piel, para saber cuánto llevaba envasada. Era una piel tersa y suave, se preguntó cómo se sentiría en caliente... Y le cogió la mano. Se imaginó con ella paseando por un prado verde y fresco, con la calidez que una enamorada desprende. De pronto, le pareció repugnante. Las personas no están hechas para pasear con ellas, a él le gustaban más en la mesa.

Empezó cortando su torso, ahí es dónde se encuentran los manjares más suculentos. Acarició sus pulmones y su corazón y le gustó su tacto. Eran blandos, pero sin ser pastosos. Empezó deshuesando. Sacó las costillas, las que consiguió intactas y las dejó con mucho cuidado en una mesa paralela. Cogió los dos pulmones y los metió en una bolsita de plástico con un sofrito de pimientos y los introdujo en el horno. Lo encendió y puso la alarma, debía sacarlos a los 45 minutos. Bien, voy con tiempo se dijo mirando su reloj de pulsera, que por fin marcaba las 17:43h como el de la pared.

El corazón no tenía nada en especial, el peso y el tamaño eran normales. Lo partió por la mitad y rebañó las dos cuencas. Tiró las sobras al gran cubo de basura antiséptico y frió los dos "vasos cardíacos". Los dejó 5 minutos mientras se dedicaba a seguir sacando los regalos que la adolescente le ofreció. Cogió un trozo del hígado, no era algo que le entusiasmase, pero mezclado con cebolla frita tiene un gusto muy exquisito. Lo cortó en tiras lo más finas que pudo y los metió en un bol con cebolla cortada en aros. Sacó los vasos y los dejó en un plato hondo. Puso a freír la cebolla y el hígado y pensó cuál sería su siguiente paso.

Qué tonto, el postre... se dijo cuando ya había rellenado las cuencas del corazón. Cortó cinco dedos, los deshuesó y los rellenó de nata y chocolate. Se deshizo de las uñas, porque su idea era presentarlos en forma de flor. Puso los cinco pétalos en el centro del plato y cortó un pezón, que sería el eje de la flor. No hacía falta cocinarlo, éste está mucho mejor en crudo, se mantenía tierno. Pero no acabó de gustarle la presentación del plato... Quedaba muy vacío... ¡Tin! Mierda, los pulmones masculló mientras corría a por los guantes. Abrió el horno y un sabroso olor lo embaucó. Sacó la bolsita y la vació sobre un plato hondo. Habían quedado dorados y muy atractivos a la vista.

Bien, primer y segundo platos listos. Pero el postre... Había algo que se le resistía... Faltaba chispa, encanto. Miró el cadáver y se fijó en sus largas pestañas. Entonces, sin siquiera darse cuenta, ya estaba rebozando lo más rápido que pudo las cuatro mitades de los globos oculares y rellenándolos de trocitos de frutas diversas. Ahora sí sonrió mientras los disponía en forma de cuadrado alrededor de las crêpes de nata y chocolate. La comida ya estaba lista. Salió al comedor, donde previamente había preparado la mesa y saludó a sus invitados, los cuales ya estaban sentados y clavados a las sillas. El olor a muerte y cadáver que desprendían sus invitados ya cocinados tiempo atrás inundaba el comedor, pero eso no hacía más que aumentar su apetito. Corrió a la cocina y, triunfantemente, salió repleto de bandejas. Se sentó presidiendo la mesa, extendió la servilleta blanca impoluta sobre su regazo y dio un sorbo a su agua con gas.

—Bon appétit!