Son las nueve y media de
la noche y nos han avisado de un posible caso de posesión demoníaca. Soy un
reconocido médico, así que no me costó mucho asociarme con el obispo de
Montepulciano para que me dejara asistir a algún exorcismo. Por norma, a un
exorcismo deben ir: el sacerdote, quién lo lleva a cabo; otro sacerdote novato,
y un médico para descartar la existencia de alguna enfermedad psíquica. El
padre Andrea Amantini ha realizado cerca de 50.000 exorcismos a lo largo de su
carrera, así que es la persona idónea a la cual engancharse si quiero sacar
información sobre estos rituales. El nombre del sacerdote novato lo he
olvidado, pero ni siquiera me importa.
Bien, estamos ante la puerta de la casa de Nicoletta Bova, la
joven poseída. Es una noche lluviosa, muy lluviosa, y cuesta diferenciar si el
agua cae o sube. Tengo los calcetines empapados. Tengo las extremidades al
borde de la hipotermia y al entrar dentro de la casa sufro un cambio de
temperatura brutal. ¿Cuántos grados hay aquí? Cuarenta como mínimo.
–Buenas noches, doctor… –me ofrece la mano la señora Bova, la
madre de Nicoletta.
–Doctor Freud, Raoul Freud. Buenas noches, señora –le tiendo
mi mano helada y la encajo en su mano ardiente.
La sesión comenzará con una revisión de la poseída, para
descartar cualquier trastorno psíquico. Subimos mientras los crujidos de las
escaleras nos acompañan hasta el piso de arriba. Primera puerta a la derecha y
la vemos: Nicoletta atada de pies y manos a la cama, con una gran toalla sobre la frente y toda la familia alrededor.
–Si me disculpan, desearía estar a solas con la paciente. Es
importante descartar cualquier problema psíquico.
Salen todos de la habitación en lo que dura una eternidad.
Por fin a solas, aquí empieza el plan.
–Doctor, ha venido… –me dice Nicoletta con la cara empapa
de sudor.
–Por supuesto. ¿Recuerdas lo que hablamos? Ahora está todo en
tus manos, te toca actuar. Tienes que aguantar hasta el final, yo estaré aquí
contigo. ¿De acuerdo?
–Sí… Te quiero, Raoul.
–Y yo, y yo. Recuerda: hasta el final. Hazlo por mí, necesito
información de primera mano para mi libro. Te prometo que después seré todo
tuyo. Pero ahora es tu turno –le beso el cabello, sucio y sudoroso, a la vez
que disimulo una náusea.
Salgo al pasillo a informar a la familia de que,
efectivamente, es una posesión demoníaca. ¡Hora de la acción! Me siento como un
niño el día de Navidad. Entramos el padre Amantini, el sacerdote novato, la
madre de Nicoletta y yo. Los tres últimos nos situamos a la derecha de la cama,
sentados en unas cómodas sillas, dispuestos a acudir al más genial espectáculo
de nuestras vidas. La madre de Nicoletta llora y se limpia la nariz con un
pañuelo mientras yo intento disimular una sonrisa. Empieza el espectáculo.
El padre Amantini saca el sagrado libro del bolsillo de sus
pantalones y lo abre por una página que ya tenía marcada. Lee el primer
párrafo: una oración a Dios, a quien le pide que nos proteja a todos. Se
arrodilla, poniéndose el rosario entre las manos y se dispone a confesarse.
Esto lo hace para estar limpio y puro y que el demonio no pueda atacarle por
sus pecados. Dice tres o cuatro tonterías o pecados, y nos echa cinco o seis
gotas de agua bendita. Ya estamos purificados. Miro a Nicoletta, que me mira a
su vez, y le guiño un ojo. Cuando el padre Amantini le echa agua bendita,
estira de las correas y levanta el pecho hacia arriba, casi hasta doblarse la
espalda. Se retuerce mientras el padre Amantini le hace la cruz con agua
bendita en la frente. Grita, gruñe y acaba mordiendo la mano del sacerdote. Éste
se retira unos pasos y abre apurado el libro. Cita a alguien y se vale de la
autorización de Jesucristo para expulsar al ente demoníaco del interior de Nicoletta. Ésta sigue estirando de las correas durante unos minutos más, gritando,
mientras el padre Amantini repite la misma oración cada vez más alto. Intento
apuntarlo todo en mi libreta de notas, no quiero perderme nada.
Ha pasado casi una hora y las muñecas y los tobillos de Nicoletta
están en carne viva. El padre no ha dejado de repetir la oración y nos ha
pedido que recemos por ella. La madre ha tenido que salir cuando Nicoletta se
ha dislocado un hombro. Tiene una figura totalmente desfigurada: la mandíbula
casi desencajada, el hombro dislocado, los ojos fuera de sus órbitas, las
extremidades llenas de sangre y seguramente los dedos rotos. El padre Amantini
recita esta vez algo en latín y Nicoletta le contesta. Ha sido una suerte que
estudiara latín, pero eso el padre Amantini no lo sabe.
La escena no ha mejorado y ha pasado casi otra hora. Nicoletta
lo está haciendo muy bien. El padre Amantini ha vuelto a las oraciones, porque
la joven ha empezado a morderse la lengua hasta casi atravesarla. Ya veo al
sacerdote preparar el material en el tocador de Nicoletta. Ella también lo ve y
me mira asustada. Yo le sonrío y empieza a gritar más fuerte. Hemos llegado a
la última fase: extracción de ojos y purificación con agua. Esta fase no se
realiza siempre, sólo cuando el sacerdote lo cree conveniente. Grita cosas
aleatorias, no se entiende nada. Mejor así. El sacerdote novato se agarra a la
silla incómodo y se mira los zapatos. La madre de Nicoletta todavía no ha
vuelto y se perderá la mejor parte. El padre Amantini se acerca con ese extraño
aparato a fuego vivo a las cuencas oculares de Nicoletta mientras ella se
revuelve. Ha sido una buena idea decirle a su familia que la atara “para
prevenir”. En menos de un minuto los ojos ya están sobre la bandeja con agua
bendita y Nicoletta grita tanto que la voz le sale rota. Ahora toca la
purificación: consiste en hacerle beber diez litros de agua. Nadie lo soporta y
mueren a los seis aproximadamente.
Nicoletta suplica, pero el padre continúa dándole de beber.
De repente veo como su cuerpo pierde fuerza y se hunde en el colchón… Dos
minutos, sólo ha aguantado dos minutos. La última aguantó casi seis. Bien, ya
he acabado aquí. Intercambio alguna palabra con el padre Amantini y me marcho
de la casa. El exorcismo ha tenido un éxito retardado, el diablo se acaba de ir.
Excelente, como siempre
ResponderEliminarCon un suficiente me basta y me sobra, pero gracias.
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