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jueves, 9 de mayo de 2013

Dr. 666

Son las nueve y media de la noche y nos han avisado de un posible caso de posesión demoníaca. Soy un reconocido médico, así que no me costó mucho asociarme con el obispo de Montepulciano para que me dejara asistir a algún exorcismo. Por norma, a un exorcismo deben ir: el sacerdote, quién lo lleva a cabo; otro sacerdote novato, y un médico para descartar la existencia de alguna enfermedad psíquica. El padre Andrea Amantini ha realizado cerca de 50.000 exorcismos a lo largo de su carrera, así que es la persona idónea a la cual engancharse si quiero sacar información sobre estos rituales. El nombre del sacerdote novato lo he olvidado, pero ni siquiera me importa.


Bien, estamos ante la puerta de la casa de Nicoletta Bova, la joven poseída. Es una noche lluviosa, muy lluviosa, y cuesta diferenciar si el agua cae o sube. Tengo los calcetines empapados. Tengo las extremidades al borde de la hipotermia y al entrar dentro de la casa sufro un cambio de temperatura brutal. ¿Cuántos grados hay aquí? Cuarenta como mínimo.

–Buenas noches, doctor… –me ofrece la mano la señora Bova, la madre de Nicoletta.
–Doctor Freud, Raoul Freud. Buenas noches, señora –le tiendo mi mano helada y la encajo en su mano ardiente.
La sesión comenzará con una revisión de la poseída, para descartar cualquier trastorno psíquico. Subimos mientras los crujidos de las escaleras nos acompañan hasta el piso de arriba. Primera puerta a la derecha y la vemos: Nicoletta atada de pies y manos a la cama, con una gran toalla sobre la frente y toda la familia alrededor.
–Si me disculpan, desearía estar a solas con la paciente. Es importante descartar cualquier problema psíquico.
Salen todos de la habitación en lo que dura una eternidad. Por fin a solas, aquí empieza el plan.
–Doctor, ha venido… –me dice Nicoletta con la cara empapa de sudor.
–Por supuesto. ¿Recuerdas lo que hablamos? Ahora está todo en tus manos, te toca actuar. Tienes que aguantar hasta el final, yo estaré aquí contigo. ¿De acuerdo?
–Sí… Te quiero, Raoul.
–Y yo, y yo. Recuerda: hasta el final. Hazlo por mí, necesito información de primera mano para mi libro. Te prometo que después seré todo tuyo. Pero ahora es tu turno –le beso el cabello, sucio y sudoroso, a la vez que disimulo una náusea.
Salgo al pasillo a informar a la familia de que, efectivamente, es una posesión demoníaca. ¡Hora de la acción! Me siento como un niño el día de Navidad. Entramos el padre Amantini, el sacerdote novato, la madre de Nicoletta y yo. Los tres últimos nos situamos a la derecha de la cama, sentados en unas cómodas sillas, dispuestos a acudir al más genial espectáculo de nuestras vidas. La madre de Nicoletta llora y se limpia la nariz con un pañuelo mientras yo intento disimular una sonrisa. Empieza el espectáculo.
El padre Amantini saca el sagrado libro del bolsillo de sus pantalones y lo abre por una página que ya tenía marcada. Lee el primer párrafo: una oración a Dios, a quien le pide que nos proteja a todos. Se arrodilla, poniéndose el rosario entre las manos y se dispone a confesarse. Esto lo hace para estar limpio y puro y que el demonio no pueda atacarle por sus pecados. Dice tres o cuatro tonterías o pecados, y nos echa cinco o seis gotas de agua bendita. Ya estamos purificados. Miro a Nicoletta, que me mira a su vez, y le guiño un ojo. Cuando el padre Amantini le echa agua bendita, estira de las correas y levanta el pecho hacia arriba, casi hasta doblarse la espalda. Se retuerce mientras el padre Amantini le hace la cruz con agua bendita en la frente. Grita, gruñe y acaba mordiendo la mano del sacerdote. Éste se retira unos pasos y abre apurado el libro. Cita a alguien y se vale de la autorización de Jesucristo para expulsar al ente demoníaco del interior de Nicoletta. Ésta sigue estirando de las correas durante unos minutos más, gritando, mientras el padre Amantini repite la misma oración cada vez más alto. Intento apuntarlo todo en mi libreta de notas, no quiero perderme nada.
Ha pasado casi una hora y las muñecas y los tobillos de Nicoletta están en carne viva. El padre no ha dejado de repetir la oración y nos ha pedido que recemos por ella. La madre ha tenido que salir cuando Nicoletta se ha dislocado un hombro. Tiene una figura totalmente desfigurada: la mandíbula casi desencajada, el hombro dislocado, los ojos fuera de sus órbitas, las extremidades llenas de sangre y seguramente los dedos rotos. El padre Amantini recita esta vez algo en latín y Nicoletta le contesta. Ha sido una suerte que estudiara latín, pero eso el padre Amantini no lo sabe.
La escena no ha mejorado y ha pasado casi otra hora. Nicoletta lo está haciendo muy bien. El padre Amantini ha vuelto a las oraciones, porque la joven ha empezado a morderse la lengua hasta casi atravesarla. Ya veo al sacerdote preparar el material en el tocador de Nicoletta. Ella también lo ve y me mira asustada. Yo le sonrío y empieza a gritar más fuerte. Hemos llegado a la última fase: extracción de ojos y purificación con agua. Esta fase no se realiza siempre, sólo cuando el sacerdote lo cree conveniente. Grita cosas aleatorias, no se entiende nada. Mejor así. El sacerdote novato se agarra a la silla incómodo y se mira los zapatos. La madre de Nicoletta todavía no ha vuelto y se perderá la mejor parte. El padre Amantini se acerca con ese extraño aparato a fuego vivo a las cuencas oculares de Nicoletta mientras ella se revuelve. Ha sido una buena idea decirle a su familia que la atara “para prevenir”. En menos de un minuto los ojos ya están sobre la bandeja con agua bendita y Nicoletta grita tanto que la voz le sale rota. Ahora toca la purificación: consiste en hacerle beber diez litros de agua. Nadie lo soporta y mueren a los seis aproximadamente.
Nicoletta suplica, pero el padre continúa dándole de beber. De repente veo como su cuerpo pierde fuerza y se hunde en el colchón… Dos minutos, sólo ha aguantado dos minutos. La última aguantó casi seis. Bien, ya he acabado aquí. Intercambio alguna palabra con el padre Amantini y me marcho de la casa. El exorcismo ha tenido un éxito retardado, el diablo se acaba de ir.

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