—¡Linda,
Linda! ¿Luego podrás hacerlo otra vez? Por favor... —Remoloneó
la niña mientras dejaba que la mujer la arropara.
—Ya
veremos... Tienes que dormir y yo tengo más cosas que hacer, pequeña
—acarició la rubia cabellera de la niña y le guiñó un ojo con
complicidad.
Las
dos compartieron la misma siniestra sonrisa que venían dibujando
desde días atrás y se dispusieron a hacer lo que tocaba: dormir por
parte de la pequeña y recoger por parte de la titiritera. Ésta,
ataviada con un viejo vestido que le daba un aire teatral de criada
de los años 50, descorrió el gran telón rojo vino para entrar al
escenario. Encendió una vieja bombilla que colgaba de lo
alto del techo, lo cuál dio un aire fúnebre al rostro de las
marionetas. Éstas estaban colgadas de unos hilos tan largos que se perdían de vista. Con paso firme y
pesado, Linda hizo resonar sus tacones en el gran teatro que era la
habitación contigua a la de la pequeña, y alcanzó la polea que
bajaría a los también grandes títeres. Una vez en el suelo, éstos,
sin poder mantenerse en pie, esperaban tirados en el suelo a que la
directora de la obra los cogiera y los tumbara en condiciones.
Linda comenzó cargando al más nuevo y más menudo de la colección:
una preciosa adolescente de cabello naranja y ojos verdes, era como
una explosión de naturaleza y juventud que a la titiritera le atrajo
en cuanto la vio. Le desató las cuerdas anudadas en las extremidades y la cargó al hombro, como si fuese un saco, para
llevarla al camerino de las marionetas. Una vez allí, la tumbó en
el camastro, que personalmente había comprado para que sus actrices
estuvieran lo más cómodas posibles, y le quitó la ropa que ya empezaba a oler a polvo. Buscó su brazo derecho y la conectó
intravenosamente a la bolsa hospitalaria de suero. Hizo lo mismo con
la vía ya abierta de su brazo izquierdo, pero esta vez la conectó a
su dosis diaria de etorfina. La morfina había valido por un tiempo,
pero no era suficiente para enmascarar el dolor que las pobres
marionetas sentían, y Linda no era ningún monstruo sin corazón,
no. Ella se preocupaba por el bienestar de sus muñecas, eran parte
de su gran obra, no podía dejarlas sufrir como si fuesen animales.
—Cariño,
he notado que te falta flexibilidad a lo hora de bailar —le decía
acariciándole el hombro derecho—. Pero Linda te arreglará.
Los
ojos de la pelirroja se movían de lado a lado mientras su
respiración se hizo más fuerte y sonora. Los labios le temblaban
mientras formaban una fija y bellísima sonrisa. Su cerebro intentó
mover los brazos, pero los pobres huesos hechos añicos no se lo
permitieron. También quiso levantar la voz, que saliera algún ruido
de su garganta, pero fue en vano. Notaba cómo se adormecía, cómo
su mente flotaba libre, cómo su cuerpo pesaba más y más y más...
Cuando Linda apareció, la chica ya estaba profundamente dormida. Le
sonrió, qué bella eres,
murmuró mientras con los dos brazos levantaba la pesada maza y la
dejaba caer sobre ese hombro
que le impedía bailar como una auténtica marioneta. El sonido fue
estridente, pero no pareció perturbar la calma de la casa.
Comprobó que sus dientes seguían bien pegados y le limpió el
maquillaje de la cara porque el sudor lo había estropeado. Tengo que ajustar los focos,
pensó, no podía tolerar que sus preciosas marionetas sudaran como
sucias pordioseras. La volvió a maquillar, le apretó las trenzas para que quedaran
perfectas y la volvió a embutir en un vestido demasiado estrecho
para ella. Dio unos pasos atrás, la miró y sonrió satisfecha.
Probó el brazo de la pelirroja y advirtió que era posible girarlo
360º tal y cómo ella quería. Desencajó la camilla, le sacó las
ruedas y se llevó a la bella durmiente al escenario. La tumbó con
todo el cuidado que pudo en el suelo y le ató las ligaduras que la
harían danzar como el viento. Era el turno de la mujer rubia, con
los mismos ojos que la primera, que estaba doblada en una posición
imposible para alguien con huesos. Pesaba un poco más, así que la llevaría subida a la
camilla. Era su segunda marioneta, llevaría unos dos años actuando
para ella, aunque Linda no se acordaba bien. La llevó donde
minutos antes había estado la pelirroja y procedió a conectarla a
las sustancias pertinentes. Sois igualitas murmuró mientras le desabrochaba los botones de la blusa. Le
desmaquilló la cara y los brazos con la misma toallita que había
utilizado antes. Al retirar el maquillaje, se advirtieron las dos
grandes cicatrices en ambos brazos por las que habían salido tiempo
atrás los húmeros de la mujer y los más modestos y
recientes cortes que adornaban sus antebrazos. Limpió con alcohol
estos últimos y los volvió a cubrir de maquillaje. Mientras
esperaba el tiempo preciso para que la rubia se durmiera, Linda se
dedicó a planchar la ropa de la actriz, que le puso con
sumo cuidado antes de volver a atarla en su puesto.
—Parece
que eres el siguiente —dijo fríamente y con total certeza de que
éste la oía perfectamente.
Cogió
al hombre, con características semejantes a las primeras dos
mujeres, del pelo y del brazo izquierdo y lo llevó arrastrando al
camerino, mientras empujaba como podía la camilla para volver a
dejarla en su lugar. No le importaba hacerle daño, es más, ojalá
se lo hiciera. A él hacía tiempo que dejó de suministrarle
sedantes. Al principio sí, por supuesto, ¿cómo si no una mujer
menuda como ella iba a controlar a un hombre robusto como él? Una vez le rompió los huesos, ya no hubo necesidad de utilizar ningún químico para mantenerlo inmóvil. Acomodó la camilla en su engranaje y limpió la
cara del hombre, que se volvió a llenar de lágrimas y mucosidad
casi al instante.
—¡Basta
de llorar! Cabronazo sensiblero... —El guantazo resonó en el tétrico
camerino.
—N-n-n...
G-g-h... —Fue lo único que sonó detrás de la sonrisa causada por
el clavo que le atravesaba la mandíbula.
—¿Qué
dices? No sabes ni hablar —dijo sin poder ocultar la risa que esparció
por todos los rincones de la casa—. Si quieres llorar, yo te daré
motivos para hacerlo.
Atrapó
la maza que estaba apoyada donde la había dejado antes y apuntó,
sin pensárselo dos veces, al costado derecho del tronco. Crashhhh se
oyó casi tan fuerte como el desgarro de dolor que salió de la
garganta del hombre. El muslo izquierdo, las manos, los tobillos.
Cansada y sudando, Linda dejó la maza en el suelo y se acomodó un mechón de pelo. Mientras
recuperaba el aliento, doblada y con las manos en las lumbares, se
fijó en el reloj colgado en la pared y ahogó un grito.
—¡Qué
tarde es!
Subió
al hombre a la camilla y le acomodó la ropa para borrar cualquier
rastro de arruga. Corrió por el pasillo arrastrando la camilla y
sonrió al pensar que parecía una doctora tratando de estabilizar a
su paciente. Apretó las ataduras del hombre hasta que este se quejó.
Sentó a sus marionetas formando una familia perfecta y se deshizo
del nudo que aguantaba el fondo en el que aparecía la gran casa en
un día soleado de verano. Dio un último vistazo a la imagen tan
conmovedora que tenía enfrente y se secó una lágrima que cayó
inevitablemente por su mejilla. Se asomó al auditorio, donde
localizó a la cuarta integrante de tan bella familia sentada en la
primera fila, y una idea le cruzó la mente tan rápido que pasó del
terror a la ilusión en menos de dos segundos.
—Cielo,
no podemos empezar, me falta una actriz... ¿Me ayudas a buscarla?
—Dijo Linda con la voz más dulce que pudo fingir mientras brindaba
una mano a la pequeña para que subiera al escenario con ella.
La
niña, inocente y risueña, aceptó de buen grado. Qué pura y virginal pensó
a la vez que la guiaba a oscuras al camerino de las marionetas. La
pequeña la seguía obediente con los bracitos cruzados a su espalda,
cosa que enterneció a la titiritera.
—Siéntate
en la camilla, cielo. Así. Voy a buscar por aquí —dijo señalando
al lado opuesto de los ojos de la pequeña.
Sonrió, sin perder
de vista a la pequeña, que jugaba columpiando sus piernecitas. Se
agachó a coger la maza, manchada de sangre, dándole
la espalda a la camilla. Apenas vio una sombrita moverse tras de sí
y notó un largo escalofrío que bajó por su columna vertebral. La
pequeña intentó clavar un poco más la hoja del cuchillo en el
frágil cuerpo de Linda, que se giró sorprendida. Antes de que las
piernas le fallasen y se asfixiara con su propia sangre vio,
borrosamente, aquella sonrisa inocente que contrastaba con una mirada
demasiado fría para pertenecer a una niña tan pequeña.
—Parece
que ya hemos encontrado a tu actriz, ¿no?
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