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jueves, 14 de mayo de 2015

No me hables

Sus mordazas estaban húmedas por una mezcla de mucosidad y saliva que las otras dos rehenes habían producido mientras veían cómo su compañera decía sus últimas palabras antes de morir desangrada por la extirpación genital que Ella le había practicado horas atrás sin ningún tipo de miramiento quirúrgico. Ya habían visto que ésto iba en serio y sus esperanzas iban desvaneciéndose como sus pensamientos adormecidos. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto había pasado desde que su compañera les había dejado? Las dos rehenes estaban atadas en sillas colocadas una en frente de la otra, de manera que los brazos encajaban en los reposabrazos y las piernas, en las patas delanteras. No había ni rastro de Ella. ¿Cuándo había limpiado? ¿Dónde están los restos de sangre? Habían sido el público de una horrible obra que no olvidarían jamás, y este jamás cada vez se les adivinaba más cerca. Seguían mirándose con los ojos como platos, rojos de cansancio y horror, secos de haber llorado durante horas y ansiosos de ver a Ella, o su próximo paso. Al cabo de unas horas, que bien podrían haber sido días, hizo su entrada la directora del teatrillo. De blanco, descalza y con el pelo ligeramente alborotado, entró desperazándose a la cocina. Fue directa al armario de los cereales, sin siquiera prestar atención a sus dos invitadas. Se tomó su tiempo para prepararse un buen desayuno, consistente en un bol de cereales, pero no leche; un zumo de naranja; dos o tres bollos, y algo de jamón york, y con la bandeja en la mano se sentó presidiendo la mesa en la silla que quedaba justo en frente de aquélla en la que había estado la fallecida. Siguió sin hacerles caso, hasta que se hubo terminado prácticamente todo su desayuno y jugueteando con el dedo dentro del bol de cereales, levantó la vista y las pilló mirándola.

–¿Queréis algo? –Preguntó con una sonrisa burlona a unas rehenes cuyo hambre habían olvidado hacía horas.

No se dijo ni una palabra más. Ella se levantó y fregó la cubertería utilizada. Incluso se escucharon salir de su boca algunas notas de una cancioncilla comercial que había escuchado en quién sabe donde. Las rehenes no se atrevían a perturbar aquella calma que reinaba en todo el lugar, por lo que sólo hacían acto de presencia cuando Ella se dirigía a alguna de las dos. Y ésto no tardó en ocurrir. Se sentó en la silla en la que había desayunado y se quedó unos largos segundos observando a la chiquilla de su izquierda. Ésta no podía dejar de mirarla a los ojos, como si Ella controlara todo su cuerpo. En un momento dado, la rehén volvió en sí y la vio sentada sobre una pierna justo a su lado, lo cual la hizo sobresaltarse.

–No tienes por qué tenerme miedo... –Dijo Ella mirándola fijamente a los ojos para observar su reacción y cuando ésta se tranquilizó ligeramente, añadió-: Aún.

Su respiración se aceleraba casi al ritmo de las carcajadas que Ella soltaba con total naturalidad. Le puso la mano en la cabeza, de manera que la rehén restó inmóvil, y le sonrió con una dulzura totalmente fuera de lugar.

–Voy a quitarte la venda de la boca, y como se te ocurra decir algo te volveré a poner el bozal, perra –dijo sin inmutarse siquiera–. ¿Entendido?

No obtuvo respuesta.

–¿Entendido? –Dijo más en tono de afirmación que de pregunta y colocando su cuerpo en una posición similar a la de las fieras que acechan a sus presas.

La rehén asintió y le dio la impresión de que Ella había destensado la mandíbula. Ésta volvió a reposar la espalda en el respaldo de la silla y sonrió a la vez que le descubría los labios y dejaba la tela a su derecha.

–Bien. Tengo planes para ti. No me mires así, verás que no son tanto como tú te crees –dijo al momento de desaparecer escaleras arriba.

Cuando volvió, llevaba un libro bastante grueso entre las manos y se acercaba a la rehén con una sonrisa que le ocupaba casi toda la cara, a la vez que movía el pelo formando ondas en su espalda.

–Verás, ésto es un diccionario. ¿Sabes lo que es? Yo creo que no, y por eso te lo traigo. Vas a leer todas las palabras que aquí aparecen, ni más ni menos, todas, sin excepciones, todas y cada una de ellas. ¿Me sigues?

–Sí –su voz quedó cubierta por el sonido de la bofetada que Ella acababa de darle.

–¿Te he dicho que hables?

Negó con la cabeza.

–Pues no hables. Da gracias que te dejo respirar, porque si crees que puedes hacer algo sin mi permiso, estás muy equivocada. Y si tú te equivocas, yo me enfado. ¿Quieres que me enfade?

Negó con la cabeza mucho más rápido.

–Buena chica. Voy a buscarte un vaso de agua, porque no quiero que ese piquito de oro se quede seco –se levantó y volvió al cabo de pocos segundos con un vaso entre las manos–. Te lo dejo aquí. ¿Eres diestra?

La chiquilla asintió.

–Pues te voy a desatar el brazo derecho. Únicamente podrás moverlo para pasar las páginas y para coger el vaso de agua, ¿entendido?

Asintió.

–Bien, pues no te hagas más de rogar, empieza.

La rehén empezó a leer todas y cada una de las palabras que encontraba en las páginas del diccionario, mientras Ella, apoyada en la mesa, no dejaba de mirarla. Era algo perturbador, pero la chiquilla intentaba concentrarse en leer y olvidarse de su mirada. Los ojos empezaron a fallarle debido al cansancio que ahora se le hacía más que evidente, y fue cuando iba por la página 13 cuando sintió que se quedaba dormida. Hacía esfuerzos sobrehumanos para mantenerse despierta, y aguantó hasta la página 17, cuando de pronto el sueño volvió a amenazar. Decidió beber un poco de agua, y mientras alargaba el brazo, notaba como sus músculos eran víctimas de la inactividad. Con una mueca de malestar en la boca, la rehén cogió el vaso bajo la atenta mirada de Ella, y cuando se lo llevó a la boca intuyó un brillo extraño en sus ojos. No aguantó más de dos tragos sin desgarrarse la garganta con unos gritos descorazonadores, que trajeron de vuelta de un ligero sueño a su compañera. Intentó articular alguna palabras, pero su lengua ya estaba abrasada cuando dio su segundo trago. Ella la observaba manteniendo la misma postura mientras la rehén, atada prácticamente en su totalidad, se revolvía en la silla entre gritos y llantos. Le recordó a un pez fuera del agua. Un pez que nadaba en un ácido tan potente que en menos de un segundo le habría arrancado todas las escamas. Tal y como había pasado con la piel de la garganta de la rehén. Entre estos pensamientos, Ella escuchó el golpe seco de un cuerpo inerte contra un suelo demasiado duro. Se molestó por haberse perdido el espectáculo y miró el reloj, ¿cuánto ha durado?, pensó. Resopló, se puso en pie levantando los brazos en un gesto de cansancio y se arrodilló al lado de la cara del cadáver.

–Perdona, ¿qué dices? –Acercó en un acto teatral la oreja a la rehén.

Silencio.

–¿Cómo? –Dijo en una voz más aguda y acercando más la oreja.

Silencio.

–Me parece que ahora sí que se ha “chapado” la boca la guarra, ¿eh?

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