Genial, el autobús llega con retraso otra vez. Me siento en uno de los asientos de la parada a esperar esos treinta minutos que tardará en llegar. Odio esperar con este frío... Cuando reparo en la fuente de la glorieta que hay justamente delante de la parada, me doy cuenta de que hay alguien. ¿Es eso posible? ¿Cómo ha llegado ahí? No lo veo bien, pero parece que esté rezando. Está sentado sobre sus piernas y las manos juntas delante de la barbilla. Veo cómo la gente de los coches, al entrar en la glorieta, lo miran extrañados e incluso atemorizados.
Decido acercarme a él. Dejo el bolso en el asiento, me abrocho bien la chaqueta y aprovecho que no pasan tantos coches para intentar esquivarlos y llegar a la fuente. Después de esquivar tres o cuatro coches, caigo de bruces en el césped que rodea la fuente. Cuando levanto la vista, sólo veo mármol. La fuente es enorme y realmente preciosa, ahora que me fijo desde tan cerca. Tiene un aspecto imperioso y antiguo, repleta de agua con una estatuilla que se alza en el centro. ¿Es un ángel? Veo al hombre en el otro lado de la circunferencia aguada.
A la vez que me acerco le hablo, pero ni se inmuta. ¿Estará sordo? Cuando estoy unos metros más cerca de él, lo escucho recitar palabras en una lengua que no conozco. Lo recita de forma reiterada, por las palabras que puedo llegar a coger. Estoy justamente detrás de él y lo llamo. Me ignora totalmente. Lo vuelvo a probar con el mismo resultado. Cansada de llamarle, le toco el hombro para que note mi presencia. Ni siquiera me ha dado tiempo de depositar toda la mano en su hombro cuando me ha derrumbado entre los arbustos cogiéndome del cuello.
Y lo veo. Veo sus ojos rojos como la sangre muy abiertos y me da la sensación de que se están abrasando. Su cara está desencajada por la fuerza que está haciendo su mano alrededor de mi cuello. Me enseña los dientes, tan apretados somo su mano, y veo como consigue destrozarlos poco a poco por la presión que está ejerciendo. No puedo respirar. Noto como toda la sangre me sube a la cara y me imagino tan roja como sus ojos. Mi vista es difusa y cuando me arrepiento más que nunca de haber cruzado la carretera, su mano me suelta.
Me quedo tirada en el suelo tosiendo e intentando recuperar todo el aire que me sea necesario para salir corriendo de allí. Él sigue repitiendo su mantra mientras me da un respiro y me observa con pose animal. Levanto la vista para calibrar las posibilidades que tendría de moverme sin que me salte encima, como un depredador a su presa, y lo veo de espaldas. Es mi momento. Me levanto lo más rápido posible, pero sin saber cómo mi cabeza acaba estrellada contra el mármol y mi sangre lo pinta de rojo furia.
Me empuja y me deja tirada en el suelo sangrando y con la respiración costosa. Mi frente ha desaparecido de mi cara y la baña una gran mancha roja. Se acerca y gimo de terror. Me pasa dos dedos por la frente y se los introduce en la boca. Repite la operación, pero ahora se pinta la cara mientras grita palabras que no entiendo. Intento pedir socorro, pero mi voz se ha perdido en algún lugar de mi interior. Coge mi mano y veo que se introduce uno de mis dedos en la boca. Intento zafarme de sus manos, pero no puedo.
Lo hace con todos los dedos de mi mano derecha. Vuelve al primero y muerde. Muerde tan fuerte que noto como se desprende mi dedo. La voz me ha vuelto en forma de grito espantoso que me desgarra la garganta y que se mezcla con el ruido de los coches que circulan por fuera. No puedo más. ¿Por qué me hace esto? ¿Y por qué nadie me oye? Mientras coge mi mano otra vez y sorbe de donde antes estaba mi dedo, noto como ya no me duele nada, ya no escucho nada, ya no veo nada. Mi cabeza ya ha explotado en mil pedazos que él se va tragando poco a poco.