"Si sigues así, petarás", entonces, no sigues así, porque no quieres petar. Te han hecho creer que es lo peor que puede pasarte, que debes evitarlo a toda costa, que no hay un después. Pero te hinchas, te hinchan, y tienes que poner todo tu esfuerzo en que no se note, en que no te afecte, porque un globo demasiado inflado no es bonito. Y tú quieres, debes, ser un globo bonito, obviamente. Mantener el globo es lo más importante, tanto, que te acabas mimetizando con él y olvidas que tú nunca fuiste un globo. Que nadie lo es. Somos aire, eres aire, atrapado en un trozo de goma que no debe alterarse, al que te tienes que adaptar. Pero es que el globo no llegaría a donde está sin ti y te han hecho sentir que es al revés. Tu sitio quizás nunca fue en un globo y petarlo es tu única escapatoria, tu única oportunidad de ser el aire que querías ser. Sin embargo, te has convertido en el intruso, pequeño, asustado y con la fuerza necesaria para no convertirte en un suspiro. Quieres ser brisa y cuando te convences de petarlo todo, de dejar atrás ese recipiente que te contiene y te limita, el globo ya te ha engullido. Se reduce hasta asfixiarte, dejándote sin el espacio que creías garantizado, te pesa. No hay forma de expandirte, de levantarte y volver atrás. Acabas tirado, con un globo arrugado, sucio y desinflado alrededor. Y ya jamás podrás ser brisa, porque a penas eres aire. Petar, entonces, ya no te parece que fuese una mala idea, ahora que has entendido que no quieres estar aquí.
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