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domingo, 5 de mayo de 2024

A mi padre


Me ha parecido verte en un reflejo, en un rayo de sol, en la luna sobre el agua, en la ventana del metro, en un charco, en una cenefa de la pared. También me ha parecido oírte en el eco de un túnel, en un silbato lejano, un pájaro distraído, el tintineo de unas llaves… Sé que seguiré sintiéndote en las cosas y, aunque así estés cerca, no quiero despedirme de nuevo. Entonces, entro en contradicción: con el pasado y el futuro, el dolor y el amor, lo que fue y lo que pudo ser, mi niña y mi mujer. Me precipito como un tren que ha llegado al punto donde la vía está rota y le es demasiado tarde para frenar. Borboteo como el agua hirviendo. Tiemblo como la última hoja que ignora el otoño. Siento por encima de mis posibilidades, como si mi cuerpo irradiara un calor insoportable, un naranja parecido al del amanecer, como si en cualquier momento fuese a entrar en combustión. No sé si esa explosión sería de las que crean universos o de las que destrozan vidas. Mi fragilidad ahora mismo es la de una bomba y estoy haciendo lo que puedo para no detonarla. Busco un espacio seguro donde dejarla, donde poder desactivarla, pero ¿cómo voy a encontrar seguridad en un mundo que se te ha llevado? Que nos ha arrebatado la oportunidad de ser y de estar. Que no nos ha dado más tiempo, como si no lo mereciéramos. Como si no nos lo hubiésemos ganado. Un mundo que no te ha tratado bien, que no ha creído un poquito más en ti, que no te ha dado un respiro. Un mundo que parece una ilusión, una mentira, una estafa. Que no es justo, que no nos quiere. Un mundo que nos exige y nos quita. Un mundo sin ti. Sin mi padre. Sin esa parte de mí que eras tú y sin esa parte de ti, que ya nunca más seré yo.

martes, 20 de febrero de 2024

Gloria


"Desde el principio", dijo ofreciéndome la taza de café. Siempre he creído en las casualidades y ese día de lluvia decidí ir en coche al trabajo. Me desvié por un puente para evitar la autopista en la hora punta. La falta de visibilidad me hizo apretar con fuerza el volante, meter primera e ir lo más despacio posible. Mientras lo cruzaba, aprecié una figura sentada en la baranda, a mi derecha: una mujer mirando al vacío. Me imaginé lo peor y salí corriendo hacia ella. Tal era la tormenta que apenas me escuché cuando le grité que bajara. Torpemente, intenté llamar a emergencias. Cuando estuve casi a su lado y la lluvia me dejó verla mejor, su mirada me paralizó. Negó con la cabeza e intuí una súplica. Se me ocurrieron mil cosas que decir, pero de mí no salió ni una sola palabra. Dejé caer el móvil y me acerqué más, quedando a su lado. Una de sus manos se agarraba a la baranda y la otra tiritaba sobre su regazo. Le ofrecí la mía y la apretó, cerrando los ojos. Entonces, la besó y la soltó. Volvió a mirarme y me sonrió agradecida, creo. Sonreí, asentí y me alejé. "¿Por qué no la detuvo?", preguntó el señor agente. "Por piedad", respondí.

El mientras tanto


Ni nos faltó ni nos sobró tiempo, tuvimos el justo y necesario. Mientras esperábamos, sin saber concretamente qué, nos amamos tanto cómo supimos. No hubo altibajos ni alertas, sólo amor, respeto y comprensión. A veces también silencios, algunos cómodos y otros no tanto, dolorosos, cómplices, sangrantes, culpables... Pero mientras tanto, nos perdíamos en delirios y promesas, algo parecido a un futuro. Supimos vivir en ese estado a nuestra manera, sin prisas y sin pensar demasiado. Estuvimos cerca, muy cerca, de encontrarnos de verdad, pero siempre hubo un hueco con nombre y apellidos que nos distanciaba. Una herida para mí y un rayo de esperanza para ti. Sin embargo, mientras seguía vacío, pudimos manejarlo. Construimos un puente de paja que se sostuvo mientras tanto. Sabía que el huracán llegaría y arrasaría con todo..., conmigo, pero hasta entonces me prometí estar a salvo y, así, empezamos a sustituir la paja por piedras desde cada lado. Cuando llegamos al centro, el hueco se llenó con quien debía y el viento se llevó las últimas briznas. Fue algo esperado e inesperado a partes iguales. El tiempo no todo lo cura y sabía que el nuestro no iba a ser diferente. Supongo que estuvimos deseando ese momento desde ángulos opuestos, viviendo en el mientras tanto. Me quedé sin piedras que añadir a nuestro puente y tú tiraste las restantes: para ti, ya estaba completo. Mi lado empezó a desmoronarse y tuve que retroceder. Desde allí, no te distinguía bien, pero intuí que no era a mí a quien mirabas. A medida que te alejabas, las piedras fueron cayendo al vacío, chocando contra lo que fuese que hubiera debajo, aunque las sentí todas encima de mí, recordándome una vez más que, ese mientras tanto, siempre fui yo.

Sentirme


Cómo te digo que sin una ventana abierta, me ahogo. Que sólo quiero que alguien me lleve en coche y me arrope al llegar a casa. Que el nudo de los cordones no esté duro. Que las sábanas huelan bien y estén fresquitas. Que los perros se me acerquen.

Ver una gaviota perdida en el centro.

Mojarme la cara y enterrarla en la toalla.

Crujirme un dedo.

Quitarme el sujetador.

Recogerme el pelo.

Mirarme en el espejo.

Reírme fuerte.

Contarme lunares.

Morderme los labios.

Notarme el pulso.

Sentirme menos sola.


Sentirme.

Numb little bug


¿Qué haces cuando llegas a la conclusión de que no quieres seguir viviendo? ¿Cómo se vuelve de esa situación? Vas dándote cuenta, lentamente, de que tus preocupaciones ya no molestan, de que tus manías ya no importan, de que tus rituales han perdido el sentido... Es un proceso lento, sí, pero según cómo lo aceptes, puede ser liberador. ¿Qué te va a hacer más daño que esa idea? Intentas dar respuesta a esa pregunta con los métodos de siempre, pero no funcionan. El dolor físico no te perturba, el dolor emocional te insensibiliza. ¿Cómo das marcha atrás? La maquinaria se ha puesto en movimiento: cambias de corte de pelo, te tiñes, te tatúas, adoptas un gato, te compras una planta... ¿Qué más da? Has perdido la habilidad de aferrarte a las cosas, a las personas, a ti. Haces memoria y te cuesta, porque todo está descolorido, a pesar de tus intentos de pintarlo. ¿Qué te queda? No te necesita nadie, no tienes nada pendiente y no hay nada que otra persona no pueda hacer por ti. Pero aun así, te quedas. Y te ríes, y dices que todo va bien, y te levantas todos los días, y te tomas un té helado con alguien, y dices "te quiero"...

Entonces, reformulo la pregunta: ¿Qué haces cuando no quieres ni vivir ni morir?

Pesadillas


He intentado alargar este momento lo máximo posible, pero los párpados me pesan y los ojos me pican. Estás ya dormido y me tumbo a tu lado intentando no hacer evidente mi presencia. Espero a que mi vista se adapte a la oscuridad y te miro, te perfilo. Me gustaría besarte, pero me conformo con reproducir en mi cerebro lo que siento cuando mis labios tocan tu piel, tu olor y tu suavidad. Satisfecha en gran parte, me giro y te doy la espalda. Abrazo la almohada y me dejo abrazar por la colcha, hundiéndome y casi escondiéndome debajo de ella. Aquí el miedo no me encontrará. Ahora viene lo complicado: apagar la máquina, descansar, cerrar por hoy. Escucho mis latidos y tu respiración. ¿Dónde está la mía? No soy capaz de recordar cómo se respira, cómo el aire suele entrar en mis pulmones. Abro la boca y aspiro con fuerza, tanta que me hace toser. Oigo cómo te mueves y gimoteas. Me quedo inmóvil, notando que el cuerpo me pide oxígeno de nuevo. Me concentro y me fuerzo a respirar, pero apenas siento que lo esté haciendo. Quiero avisarte, hablar, gritar… Y sólo puedo llevarme las manos a la garganta. Abro la boca, toso, vuelvo a abrir la boca, vuelvo a toser. Mis piernas tiemblan sin control, me cosquillean las manos y los pies. ¿Me estoy asfixiando? Siento la cara mojada y no sé si es por sudor o por lágrimas. Escucho mi voz, pero no la reconozco. Estoy respirando tan fuerte que me quema la garganta. Cuando intento coger aire, mi cuerpo lo expulsa con una convulsión. No sé cuánto más aguantaré así…

¡Berta! ¡Berta!

Sé que estabas a mi lado, pero ahora te oigo en la lejanía. ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy?

¡Eh! ¡Berta, despierta! gritas mientras me zarandeas.

"Estoy despierta", pienso. De pronto, se ilumina la habitación y me doy cuenta de que tengo los ojos abiertos.

Ven, era una pesadilla… Ya está. Estás bien, estás a salvo. Tranquila, sssh…

Me abrazas y me apoyas en tu pecho. Parece que funciona y noto cómo mi cuerpo se deja estrechar. Me desplomo encima de ti y me acaricias el pelo mientras me meces ligeramente.

Ya está, era sólo una pesadilla susurras.



Pero no lo era.

Ponme ron


Cuando me caía de pequeña, mi madre me decía que había que echar alcohol a la herida, pero siempre me dio miedo. "Si escuece, es que cura". Me parecía retorcido añadir más dolor al que ya sentía, por eso siempre preferí yodo y tiritas divertidas. Lástima que nunca hubo nadie para curarme las heridas, ni con alcohol, ni con yodo, ni con tiritas. Pero sí lo hubo para hacerme más. La piel cicatrizó eventualmente, pero el dolor de oídos por los gritos, el del estómago por el miedo, el del corazón por la culpa... Ese sigue presente y descubrí que para esas heridas el alcohol no escuece. Tampoco cura, pero algo es algo, así que ponme ron. No quiero recordar esta noche, ni este día... Ni esta vida. Necesito silencio y confusión, porque la verdad es muy ruidosa, así que ponme ron. El tintineo de las botellas me hace sonreír y alejar fantasmas. Me hace querer retroceder en el tiempo y defender a una niña pequeña que creció con demasiadas heridas. Que sólo quería huir, como ahora, pero no pudo. Que se asustaba con el sonido de las llaves, con una voz a través del teléfono, con los pasos por el pasillo, con los susurros entre dientes, con las llamadas perdidas... Que estaba y se sentía sola. Que escuchaba constantemente un "no molestes", un "alegra esa cara", un "yo te daré motivos para llorar"... Un "me arrepiento de haberte tenido", un "yo ya no tengo hija". Así que sí, me gusta ese tintineo y, no lo volveré a repetir, ponme ron.

Mi niña sin familia


Cuando la conocí, no sería más grande que un guisante. Estaba despeinada, sin zapatos y llevaba un vestido demasiado grande. Intenté tocarla con la yema de mi dedo, pero se asustó y se tapó la cara. No se apartó ni se escondió. Asumió lo que fuera que fuese a hacerle, simplemente no se atrevió a mirar, como si el dolor no pudiera alcanzarla cuando cerraba los ojos con fuerza. Quizás tenía un sitio al que ir mientras su cuerpo seguía aquí. No la toqué, retiré lentamente el dedo, sin sobresaltos. Le ofrecí la mano, apoyada en el suelo y boca arriba. Al principio la miró, recelosa, moviéndose de lado a lado, negando con la cabeza y haciendo ademanes de acercarse, pero retrocediendo inmediatamente. No quise forzar una respuesta ni hacerle sentir sin el poder de decidir, así que me quedé muy quieta. Mi mano empezó a acalambrarse, cuando noté su tacto. Primero apoyó sus manitas, para ver si era estable y, una vez segura de que no se caería, subió. Escaló mi brazo sin mucho esfuerzo, llegó a mi hombro y me apartó el pelo, recogiéndolo detrás de la oreja. Se puso de puntillas y yo incliné un poquito la cabeza, lo suficiente para que ella se agarrara.

—No tengo familia —susurró.

Esas palabras resonaron en todo mi cuerpo y cerré los ojos para que no se escaparan. Me explicó que tenía un padre y una madre, hermanos y hermanas, tíos y tías, primos y primas… Tuvo abuelos y abuelas en algún momento, recordaba. Si tenía familia, pero no la tenía a la vez. Ella no era hija, no era hermana, ni sobrina, ni prima, ni siquiera nieta. Nadie le reclamaba serlo, a nadie le importaba si lo era o no. No había una mesa a la que poder sentarse, ni un abrazo en el que encajara, ni besos que la esperaran. Tampoco tenía un hogar al que regresar, ni nadie que le preparara su comida preferida, porque ni tan sólo sabría cuál era. Había silencio, roto a veces por conversaciones superficiales. Quería formar parte de algo, de perderse en lo colectivo y de tener cosas preestablecidas, como cumpleaños, navidades, vacaciones… Quería no necesitar ganarse el amor de nadie, sino que la quisieran por defecto, aunque fuese un poco. Que a alguien le apeteciera pasar tiempo con ella de vez en cuando, saber de sus intereses y que la tuviesen en cuenta sin pedirlo explícitamente. Que simplemente la dejaran entrar. Me explicó todo esto, pero no con palabras. Cuando me di cuenta, ya no era minúscula, sino que la tenía cogida en brazos, con su cabeza apoyada en mi hombro. La apreté contra mí, notando mi cara mojada y volvió a susurrarme.

—¿Nos duele menos siendo adultas?

Te


Te veo en los álbumes descoloridos del fondo del armario.

Te recuerdo en las marcas de pintura de la pared.

Te escucho en una música pasada de moda que ya sólo suena en mí.

Te noto en el olor del café y el tabaco.

Te resiento en cada mensaje que me escribes.

Te odio por cada sonrisa tuya en tus fotografías como te quise por cada sonrisa tuya en nuestras fotografías.

Te ignoro cuando no puedo.

Te pienso cada vez que me rompen el corazón.

Te maldigo en mis pesadillas.

Te grito por cada lágrima que moja su cara.

Te siento en el hueco que dejaron tus cosas.

Y, aun así, no estás lo suficientemente lejos.

Aire


"Si sigues así, petarás", entonces, no sigues así, porque no quieres petar. Te han hecho creer que es lo peor que puede pasarte, que debes evitarlo a toda costa, que no hay un después. Pero te hinchas, te hinchan, y tienes que poner todo tu esfuerzo en que no se note, en que no te afecte, porque un globo demasiado inflado no es bonito. Y tú quieres, debes, ser un globo bonito, obviamente. Mantener el globo es lo más importante, tanto, que te acabas mimetizando con él y olvidas que tú nunca fuiste un globo. Que nadie lo es. Somos aire, eres aire, atrapado en un trozo de goma que no debe alterarse, al que te tienes que adaptar. Pero es que el globo no llegaría a donde está sin ti y te han hecho sentir que es al revés. Tu sitio quizás nunca fue en un globo y petarlo es tu única escapatoria, tu única oportunidad de ser el aire que querías ser. Sin embargo, te has convertido en el intruso, pequeño, asustado y con la fuerza necesaria para no convertirte en un suspiro. Quieres ser brisa y cuando te convences de petarlo todo, de dejar atrás ese recipiente que te contiene y te limita, el globo ya te ha engullido. Se reduce hasta asfixiarte, dejándote sin el espacio que creías garantizado, te pesa. No hay forma de expandirte, de levantarte y volver atrás. Acabas tirado, con un globo arrugado, sucio y desinflado alrededor. Y ya jamás podrás ser brisa, porque a penas eres aire. Petar, entonces, ya no te parece que fuese una mala idea, ahora que has entendido que no quieres estar aquí.

A mí, que me siembren


Duele pensar que

nadie te quiere y

no puedes hacer nada al respecto.

Es como

intentar regar unas plantas

que ya han muerto.

Pero las riegas igualmente,

porque esperas que

alguien te quiera.

O porque esperas que

alguien te riegue a ti

cuando mueras.

Necesitaba espacio

Te quiero
como
no me ha querido
nadie.

Sin razón, sin sentido, sin límites.

Sin esfuerzo, sin recompensa, sin castigo.
Con naturalidad, con fluidez, con vehemencia.

Sin descanso.
Con sueños.

Te quiero
como
no me ha querido
nadie.

Con mi cuerpo, con todas y cada una de mis células.

Con exageración, con cátedra, con sentencia.
Sin más, sin menos, sin igual.

Conmigo.
Sin ti.

Te quiero
como
no me ha querido
nadie. 

Como puedo, como creo, como me merecía.

A ti, a mí, a quien haga falta.
Sangrando, gritando, respirándote.

Te quiero
como

nadie.

Rojo


Rojo.
Me apoyo en el respaldo del asiento y te miro, casi mecánicamente, sin fijarme en nada concreto. Poco a poco, repaso tus brazos desde esas manos agarradas con fuerza al volante hasta la tensión que se aprecia en la camiseta a la altura de los bíceps. Sin poder evitarlo, visualizo cómo tus dedos se aferran a mis caderas y marcan el ritmo, incrustándose en mi piel. Los mismos dedos que buscan mi boca sin pedir permiso, pero a los que les abro el paso encantada. Sigo subiendo y mis ojos dan saltitos hasta tu cuello, que sólo puedo imaginarlo húmedo y maltratado por mis dientes. Tu nuca, en la que me sujeto desde abajo para aguantar todas las embestidas y desde la que me siento obligada a empezar un reguero con mis uñas. En este punto, no sé si seguir subiendo o apartar la mirada, porque no hay aire acondicionado que combata mi temperatura ahora mismo. Entonces, antes siquiera de poder decidirme y, mientras me esfuerzo en respirar con normalidad, veo que tu lengua acaricia tus labios. De repente, todo el oxígeno del coche desaparece y necesito aspirar grandes bocanadas de aire. Noto como mi piel se eriza y me recorre toda la espalda un escalofrío tras otro, a pesar del calor que no deja de aumentar en algún lugar entre mis piernas. Me transformo en naturaleza, mi cuerpo adopta el carácter del mar y de los ríos; de los volcanes; de los montes, coronados por sus picos; de los temblores sísmicos, y de las cascadas. Estoy húmeda, caliente, dura, temblorosa y mojada. Siento todo el recorrido de tu lengua en mí y florezco como una rosa, lista para que entierres tu cara y me absorbas. Más que preparada para gemir tu nombre, sea cual sea, a todos los cielos habidos y por haber.

Verde.
Un bocinazo me devuelve a la realidad y lo único que veo es mi propio aliento en la ventanilla y la matrícula trasera de tu coche. Meto primera, me reajusto la ropa y siento la urgencia de llegar a casa cuanto antes.